Imagen edificando una realidad
Su visión sigue perdida más allá del ventanal abierto, en el basto de gotas que forman este mar en calma, ese que Gontzal tanto ama y hace tiempo le enseñó a amar a ella, incluso, sin haberlo visto.
-Sólo le faltan las olas- se dice y una sonrisa nacida dentro, posterior a un suspiro, se posa en sus labios, como una mariposa revoloteando el recuerdo fugaz del pasado, que pasado está, aún sin resaca cuando la marea baja .
Él se lo prometió una noche, bueno, quizás no dijo exactamente la palabra prohibida
-ellos jamás se juraron nada, sin embargo, se lo dieron todo- pero ahora sí, recuerda que el comentó que le compraría un piano de cola y lo situarían frente a la ventana-la misma que atraviesan sus retinas yendo más allá- para que la brisa acariciara su piel mientras ella tocaba, y lo había cumplido.
Allí está ella, sentada frente a su enorme piano de madera lacada en negro, tan brillante que puede ver su reflejo en él, y sin poder concentrarse en nada que no sea ese exterior y su variedad cromática, como un creciente arco iris de verdes y azules extendiéndose hasta la línea del horizonte. Sus dedos acarician las teclas en su intento de tocar completa la “Balada para Adelina” que tanto le gusta a él y ella, aún trata de perfeccionar.
Gontzal entra en la estancia justo en el momento en que Haitz cierra la tapa del piano y se dispone a levantarse.
-No pares cariño, sigue, parece que hoy no termina de conciliar el sueño, ha salido “cabaretera” como tú- le dice mientras cierra despacio la puerta tras de si y se acerca a ella besándole en el cuello.
Ella responde con una sonrisa y abre de nuevo la tapa del piano que comienza a tocar. Gontzal, con su bebe en brazos, se aproxima al ventanal y con una mano corre las cortinas que se mueven suavemente con el aire, su otro brazo protege a su bebe contra su pecho. Se acerca al sillón del rincón, abrazado a su pequeña con infinito cariño, infinito amor, ese con el que ellos aprendieron a amarse más allá de las fronteras y las normas, y ahora, cuando creían que era imposible para un corazón resistir tanto amor, los extienden a su hija y en consecuencia, a ellos mismos. Amor desbordándoles el pecho, la razón, la ilimitada capacidad de amar ahora multiplicada por un nuevo infinito que les hace nacer un nuevo universo en continua expansión en el alma.
Desde siempre le gusta observarle cuando él no es consciente de ello, pero, en este momento que ve su rostro iluminado por la felicidad y sus manos acariciando las de su pequeña asiéndole de un dedo- debe parecerle un enorme tronco, aunque aún no sepa lo que es- siente que podría morir en ese instante, ante esa visión, y descansar satisfecha, después de gritarle al mundo que sí, definitivamente ella, Haitz , ha sido, es , la mujer más afortunada y feliz del planeta.
Gontzal tararea en bajito, como en un arrullo, mientras balancea al bebe en la calidez de su regazo. Levanta la mirada y ella, sabe que sus ojos sonríen, que se ha dormido. Se levanta despacio sin hacer ningún ruido y se acerca a ellos arrodillándose a los pies de Gontzal que le acaricia el rostro descansando ahora en sus rodillas. Haitz, aferrada a sus piernas, extiende su índice que la niña, en un gesto mecánico, agarra sin despertarse. Y así acaba la imagen, con tres seres que son uno, y empieza una realidad con un deseo gritando en sus corazones:
-¡Que así sea!
2004 / 01 / 26
H de L
-Sólo le faltan las olas- se dice y una sonrisa nacida dentro, posterior a un suspiro, se posa en sus labios, como una mariposa revoloteando el recuerdo fugaz del pasado, que pasado está, aún sin resaca cuando la marea baja .
Él se lo prometió una noche, bueno, quizás no dijo exactamente la palabra prohibida
-ellos jamás se juraron nada, sin embargo, se lo dieron todo- pero ahora sí, recuerda que el comentó que le compraría un piano de cola y lo situarían frente a la ventana-la misma que atraviesan sus retinas yendo más allá- para que la brisa acariciara su piel mientras ella tocaba, y lo había cumplido.
Allí está ella, sentada frente a su enorme piano de madera lacada en negro, tan brillante que puede ver su reflejo en él, y sin poder concentrarse en nada que no sea ese exterior y su variedad cromática, como un creciente arco iris de verdes y azules extendiéndose hasta la línea del horizonte. Sus dedos acarician las teclas en su intento de tocar completa la “Balada para Adelina” que tanto le gusta a él y ella, aún trata de perfeccionar.
Gontzal entra en la estancia justo en el momento en que Haitz cierra la tapa del piano y se dispone a levantarse.
-No pares cariño, sigue, parece que hoy no termina de conciliar el sueño, ha salido “cabaretera” como tú- le dice mientras cierra despacio la puerta tras de si y se acerca a ella besándole en el cuello.
Ella responde con una sonrisa y abre de nuevo la tapa del piano que comienza a tocar. Gontzal, con su bebe en brazos, se aproxima al ventanal y con una mano corre las cortinas que se mueven suavemente con el aire, su otro brazo protege a su bebe contra su pecho. Se acerca al sillón del rincón, abrazado a su pequeña con infinito cariño, infinito amor, ese con el que ellos aprendieron a amarse más allá de las fronteras y las normas, y ahora, cuando creían que era imposible para un corazón resistir tanto amor, los extienden a su hija y en consecuencia, a ellos mismos. Amor desbordándoles el pecho, la razón, la ilimitada capacidad de amar ahora multiplicada por un nuevo infinito que les hace nacer un nuevo universo en continua expansión en el alma.
Desde siempre le gusta observarle cuando él no es consciente de ello, pero, en este momento que ve su rostro iluminado por la felicidad y sus manos acariciando las de su pequeña asiéndole de un dedo- debe parecerle un enorme tronco, aunque aún no sepa lo que es- siente que podría morir en ese instante, ante esa visión, y descansar satisfecha, después de gritarle al mundo que sí, definitivamente ella, Haitz , ha sido, es , la mujer más afortunada y feliz del planeta.
Gontzal tararea en bajito, como en un arrullo, mientras balancea al bebe en la calidez de su regazo. Levanta la mirada y ella, sabe que sus ojos sonríen, que se ha dormido. Se levanta despacio sin hacer ningún ruido y se acerca a ellos arrodillándose a los pies de Gontzal que le acaricia el rostro descansando ahora en sus rodillas. Haitz, aferrada a sus piernas, extiende su índice que la niña, en un gesto mecánico, agarra sin despertarse. Y así acaba la imagen, con tres seres que son uno, y empieza una realidad con un deseo gritando en sus corazones:
-¡Que así sea!
2004 / 01 / 26
H de L
13 comentarios
hechi -
muá
GreGori -
Un abrazo
Corazòn... -
La familia, maravilloso relato y sin esos instantes, la vida tendría el mismo color?
Un beso preciosa y saludos!
;o)
Nube -
Besitos.
Nube -
Jucar -
LeeTamargo -
-como el que aquí retratas- cuánto ayudan!...
TE SALUDO: LeeTamargo.-
Al fin solos -
Pedro Glup -
Este escrito me dice tanto, tanto, de ti -pero de ti ahí dentro, donde no te sueles mostrar- que simplemente me recojo una lágrima -si, cierto, creéme- y recuerdo nuestro último abrazo de amigos, al despedirnos.
Me siento muy afortunado de serlo, de ser tu amigo. Y te lo digo con todo el respeto y cariño que me mereces.
Niña, eres especial.
Un beso.
llidia -
Un beso,
Ardibeltza (me como las zetas) -
Ardibelta -
Rafael -
Esa es la impresión que me da al leer este relato...Sólo un pequeño pero, me gustaria mas intensidad...¿ o no?Bueno, si, está bien, el relato gira en torno al bebé y da esa impresión, tranquila.
Pues entonces no he dicho nada, hale.
Mis felicidades.
Besos con dodotis¡